Recordando con la lengua...


Si en algún momento declaré que mi memoria descansaba en el sentido del olfato, hoy debo aclarar que mi nacionalismo lo hace en el paladar. Con el paso de los años he aprendido que si existe una característica cultural que nos define como pueblo, es el sentido del gusto. Hablo del increíble archivo gastronómico que posee cada venezolano que se sienta a la mesa y que nos identifica sea cuál sea el lugar dónde nos encontremos.

Nuestra relación cultural basada en los alimentos y la forma en que los consumimos se inician desde un abordaje familiar distinguido por las recetas que pasan de generación en generación; claro está, a esta característica si se quiere individual, se le agrega la influencia del territorio donde se ha desarrollado. Por ejemplo, a pesar de que todos comemos arepa de maíz precocido, me he encontrado que en algunas casas, especialmente en el Táchira, le agregan ingredientes que van desde la leche y huevos hasta mayonesa, mantequilla y queso; lo curioso es que en mi casa lo máximo que le agregamos es sal y agua; aunque, últimamente, inspirados por la necesidad de “mejorar la técnica”, disolvemos la sal en agua tibia para evitar los detestables grumos. Y si a esto le agregamos que en nuestro país también puedes encontrar arepas de maíz pelado y pilado, de chicharrón, de trigo, de queso, de plátano, de yuca, de coco (estas dos últimas las tengo en mi lista de “por probar”), fritas, horneadas, al fogón, y otras más cuya existencia desconozco; podríamos decir que hay manjares derivados del maíz para rato (y eso que no mencioné a las cachapas, los bollos, los pasteles, el pan o el casabe) lo que nos lleva a pensar que es una delicia comer en Venezuela.

Nuestra identidad gastronómica queda afianzada cuando orgullosamente aclamamos: ¡La mejor hallaca es la de mi mamá! En mi caso, mi madre no sólo hace la mejor hallaca (la misma cuya preparación decembrina supera el equipo de ensamblaje de la Ford) sino el mejor asado negro, las mejores caraotas, el mejor “arroz de residuo” (llamado así por mi hermano menor por que su principal ingrediente son todos aquellos “pedacitos” de alimentos que quedan al final de la quincena), la mejor sopa de res, el mejor pollo al horno (aunque el mío entra en la competencia) y todos aquellos platos con los que alimentó mi crecimiento; aunque, hay uno muy particular que se encuentra arraigado en nuestro gusto de hijos, un plato que con pocas variables pensamos habrá de llegar a toda nuestra descendencia y algunas amistades, ya que es fue nuestra primera comida sólida cuando bebés, y cuya sencilla y peculiar preparación llama la atención de quienes nos acompañan a la mesa. El plato no es otra cosa que sacarle la “masita” a la arepa del desayuno, agregarle un poquito de mantequilla y del acompañante que más nos guste (particularmente mis hermanos prefieren el huevo, yo el queso o las caraotas) y aplastarlo con la mano o un tenedor. Una comida muy sencilla pero que nos hace pensar sí lo que nos gusta es su sabor y textura o los recuerdos que desata.

Si alguien ha de competir con la sazón de mi madre es mi abuela… bueno, mis abuelas. Isabel, la madre de mi mamá, es una doña de la cocina. Levantó a su familia a punta de fogones, platos y alimentos que preparaba en los comedores del Hipódromo de la Rinconada. Ella es fenomenal con esas manos capaces de crear con unos simples ingredientes el mejor pollo del mundo. Insuperable, hasta para el más diestro de los cocineros. Con decirles que en vacaciones mi hermano engorda unos cuantos kilos cuando va a visitarla, porque, aunque no es muy dada a los cariños físicos, ella se hace sentir en cada plato que prepara. Curiosamente, si falta algo en la nevera ella de inmediato va a comprarlo, porque dice que cuando joven supo lo que es pasar hambre y por ello no quiere ver más nunca una nevera vacía.

Por su parte, mi abuela Emma era un sol. En sus plátanos fritos se encuentra el plato típico de la familia Suárez. Nadie como ella para preparar las mejores tajadas del mundo, nadie como ella para consentirme con sus arepitas fritas y el delicioso queso frito que tantas veces me sirvió siendo una niña. ¡Ay, Diosito!. No importa que tan lejos estemos, cada uno por su lado recuerda en sus tajadas a las tajadas de mi abuela. ¡Cuanto las extraño en verdad! Ahora que lo pienso, preparar tajadas no es trabajo fuera de este mundo, pero las de mi abuela Emma eran unas tajadas insuperables. Recuerdo que cada vez que iba a su casa me decía “Yoya ¿quieres algo de comer?” y yo respondía que quería sus tajadas con quesito. ¡Ay, abuela, qué falta me haces…! y aquí donde estoy, rememorando sabores, platos y momentos, con un nudo en la garganta y una lágrima en la ventanita del ojo, pienso que te me fuiste con tus tajadas que jamás volveré a probar…

Lo siento, la lágrima se me escapó… y es saladita.

2 exclamaciones:

Tsauru Ikari dijo...

Mi querida Aspacia... Es muy cierto cuando dices que el proceso de elaboración de la hallaca en casa de la señora Alicia (Tu madre) supera y por mucho la línea de ensamblaje de Henry Ford... bien lo sé porque soy yo, quien las prepará para la cocción final... (el amarrador) técnica que año con año perfécciono... je je je... aunque lejos me encuentro de tu nido familiar, son muchos los recuerdos que llegaron a mi mente cuando ley el articulo, los desayunos con toda la familia alrededor de la mesa, gozar con las diferentes formas de como comer la famosa arepa venezolana, y si a ti se te escapo la lagrimita que tenias en la puerta de los ojos, a mi se me fugaron unas cuantas mientras se me erizaban los bellos de la piel por la falta de esos buenos momentos...
Tsauru Ikari

La Hetaira dijo...

aaaaayyyyyyyy.. mi amigo si usted supiera cuánta falta me hace. dígame ahora cómo voy hacer en su ausencia para elaborar el pan de jamón en diciembre, las hallacas, el pesebre.. quién me va a acompañar jugando scrabble, viendo películas o tomando ponche crema para no dormirme a la espera del "espíritu de la navidad" y poder amanecer "fresquesitos" para ir a la misa de aguinaldo aunque eso signifique que el padre después nos bote de la iglesia por dormirnos en las sillas...
se le extraña un montón amigo mío... es que nadie me tiene paciencia como usted. LQM
buaaaaaa...... otra lágrimita de recuerdos
pdata: el puesto de "amarrador honorario" nadie se lo quita

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