Los centros comerciales no me gustan

Los centros comerciales no son recintos que me roben el sueño, porque algunas de sus características, como distribución espacial y visitantes, muchas veces me hacen considerarlos producto diseñados exclusivamente para el consumo y no a las interacciones sociales. Por supuesto existen hermosas excepciones, pero en su mayoría se me muestran como espacios fríos y frívolos, carentes de calor humano. Lugares estructurados para el consumo rápido y de poco disfrute espiritual. El más antiguo ejemplo lo tenemos en el diseño de los sitios de comida rápida, lugares donde los colores, la forma de las mesas y las sillas te dicen “come rápido y sal de aquí”, y que muy pocas veces resultan ser del todo cómodos para una placentera conversación.

Algunos podrán alegar que los habitantes de las ciudades de hoy en día encuentran en los Centros Comerciales un escape libre de la violencia e la inseguridad diaria, además, de que allí puedes encontrar todo lo que desees. Como dice mi madre “entre gustos y colores no han escrito los autores”, y en mi caso, respetando las opiniones contrarias, puedo decir que por encima de una aparente seguridad se encuentra el disfrute pleno y el poder encontrar cosas nuevas capaces de estimular nuestros sentidos de diversas formas que hacen de la novedad una experiencia espiritual. Por si fuera poco, considero que el 60%, aproximadamente, de los visitantes participan de una especie de “auto-tortura” ya que su poder adquisitivo solo le permite “ver vitrinas”, comer un helado, ir al cine o soñar, desear, aspirar o envidiar otra realidad.

El mayor de los ejemplos en cuanto a la frialdad de estos lugares lo encuentro en las famosas tiendas de “Tecniciencias”. A pesar de ser una librería, tiene cierto aire deshumanizado, que en nombre de la adoración que siento por los libros lo he llegado a definir como la sensación que siente cuando entras a un cementerio, en este caso a un “bibliocementerio”. Porque más allá de los libros debidamente clasificados, la cantidad de libros, la tapa dura, y el olor a nuevo; increíblemente, no te invita al disfrute de la lectura ya que la magia de otras librerías no se siente en este lugar, y lo que aquí vivimos jamás podrá compararse a la sensación que siente aquel que encuentra un extraño ejemplar producto del regateo o la casualidad.

Aun así, existen características de estos centros que me llaman la atención: la proxémica y el lenguaje de los cuerpos de quienes interactúan dentro de ellos. El cómo se estructura una forma única de comunicación, muy similar entre los diversos grupos sociales que encontramos, y el observar cómo la máxima interacción posible es entre un consumidor y un vendedor (cuyo rostro olvidarás fácilmente) o entre los acompañantes. Si bien son espacios visitados por gran cantidad de personas, se tiene la contradictoria sensación de soledad, precisamente, creada por la poca acción recíproca entre unos y otros.

Posiblemente ustedes dirán que mi opinión es producto de mi gusto fuera de época y podría decirles que tienen algo de razón, pero más allá de la nostalgia no experimentada, puedo decir con toda seguridad que los centros comerciales no me roban el sueño. En cambio, me fascina enormemente la venta de libros usados debajo del puente de Fuerzas Armadas, porque cómo dijo una amiga “ahí hasta el moho vale”, por supuesto, meses después cuando no opinaría lo mismo cuando adquirió una conjuntivitis por un extraño hongo que encontró entre las páginas de uno de los libros. Pero aún así no cambio esa sensación de encontrar un pequeño tesoro, entre el polvo y las montañas de libros usados, que ostenta orgullosamente una dedicatoria llena de historia. Como tampoco cambio una buena conversación en algún barcito ”arrabalero” o un local de exclusivo diseño, una visita al Ávila, o una simple caminata alrededor de la ciudad, por ir a encerrarme en un centro comercial. Lo siento, pero lo mío es disfrutar del cielo que me cobija y la gente que aún queda por conocer.



Nota: el peor de los centros comerciales que he visitado es el Sambil San Cristóbal. La persona que lo diseñó debería ser desterrada para siempre como arquitecto. No existe centro comercial más feo y pequeño que este. Su diseño al parecer no tomó en cuenta que en todo el estado Táchira no existe un mall con las características del Sambil, por lo que acarrearía una demanda impresionante de consumidores, y la consecuencia de que el espacio y el estacionamiento fueran insuficientes, además del fastidioso ruido que se genera (aún con poca gente se escucha el bululú amplificado de las personas), logrando que este lugar en vez de relajarte y ser del disfrute de todos se convierta para algunos en una desagradable y estresante experiencia.

4 exclamaciones:

Anónimo dijo...

"Lugares estructurados para el consumo rápido y de poco disfrute espiritual."

Esa es exactamente la idea de un centro comercial, si quieres disfrute espiritual vete a la montaña o al mar, pero nunca a un CC, a mi si me gustan los centros comerciales, los veo como pequeñas urbes donde la gente va a darse gusto, ¿Que si son frivolos?, de bolas que lo son ,nadie ha dicho lo contrario, todos tenemos un poquito de frivolidad en nuestra vida y a quien no le alegra comparse algo bonito de vez en vez, saludos y un beso grande!

La Hetaira dijo...

Mi querido slave tiene usted razón en lo que dice pero recuerde que esto es una opinión muy personal, y basándome puedo decir que si he de escoger entre un c.c. o ir a la montaña,playa, o cualquier otra actividad tenga la seguridad que primero estará lo otro y de último el c.c. pero eso no quiere decir que existan bellas excepciones

Francisco Pereira dijo...

Comparto la opinión de usted en cierta manera, porque así como los comerciantes informales, las ferias de libros, las "chiveras" de libros, etc., tienen su encanto, los C comerciales tienen también lo suyo, yo diría; me gusta el equilibrio. Eso sí, no cambio un atardecer a la orilla de la playa, una caminata de manos apretadas por el Avila, una lectura debajo de un apamate florido.
Aunque prefiero chupar una semilla de mamón a comerme un pote de cotufas!

La Hetaira dijo...

jejejeje.. voy a tener que hacer como usted, mi querido Francisco, empezar a hablar de equilibrio con respecto al gusto a los espacios; pero eso sí, y en esto soy irreductible, tampoco cambio un atardecer y una buena compañía por un día en un c.c.

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