Sobre olores y recuerdos.

No podemos negar que la memoria es una cosa seria y de “primera necesidad”. En mi caso siempre digo que tengo una memoria fatal: no puedo recordar qué hice ayer, no recuerdo ni aniversarios, ni fechas importantes, ni cumpleaños, ni nombres, de broma recuerdo rostros; ni siquiera recuerdo dónde estuve hace una semana. Ante tal situación, podrán imaginar que no puedo mentir como quisiera porque en pocos días olvido lo dicho y suelo “meter la pata”.

Contrario a esto, sí puedo recordar cosas que ocurrieron hace muchos años. Por ejemplo, aunque mi madre lo niegue, recuerdo que siendo una cría, de casi un año, me encontraba con ella en San Mateo, pegada a su pecho (mame hasta los tres); recuerdo que además de la sensación tan placentera que experimentaba, veía la luz que entraba por una puerta; de repente, y sin avisar, mi madre me cambia de pecho, empiezo a llorar, grito y me quejo, y no era por el imprudente cambio sino porque mi pierna había rozado con el alfiler, nefastamente abierto, que mi madre solía colgar en su bata (aunque no lo acepte, ella tiene un fetiche con los alfileres, sean pequeños y dorados, o medianos, o los cabezones de gancho con que agarraban los pañales: el arma punzante de este cuento). Y lloré, lloré y lloré… de ese accidente me quedó un cicatriz en mi pierna izquierda, cerca de la rodilla.

Y así los recuerdos se presentan, demostrando que lo que sucede en mi memoria no es problema de capacidad, sino de espacio, de disco duro. Es decir, se supone que los nuevos recuerdos sustituyen parte de los más antiguos; pero en mi caso sucede lo contrario: los recuerdos viejos siguen allí, frescos, recurrentes, longevos, mientras los nuevos tienden a desaparecer. Es que me infancia fue tan grata, tan rica y agradable que no puede borrarse tan fácilmente, por lo cual ocupa el porcentaje más alto de mi disco duro, modelo 386. Así que no me culpen por mi falta de memoria, prometo hacer cuando sudoku aparece en el diario, ya que con los crucigramas no me va muy bien.

La memoria infantil no se reduce a imágenes, en mi caso los olores son de los recuerdos más exquisitos que puedo disfrutar, porque mi fetiche son los olores. Mi infancia huele a caraotas, a cambur con pan, a vick-vaporub en el tilo, a mentol chino, al chimó que comía mi abuela, y a las tajadas con queso que solía prepararme; y otras cosas que de sólo pensarlas me hacen agua la memoria. Pero existe un olor que siempre me va a mover el piso, un olor que aún de “grande” disfruto a más no poder: el olor de una caja de lápices de colores nuevos. Woowwwww!!!!... Mi sueño era (es) tener una caja de 48 (o más) colores Prismacolor o Faber-Castell (los que vienen en una caja de madera…hummm) sólo para olerlos. Es una sensación casi orgásmica la que experimento cuando estoy a punto de abrir una caja, el instante en que todos mis sentidos explotan: la vista saborea cada uno de los lápices, sus matices, la forma… hummmm… pero es mi nariz la que más disfruta ese olor a madera, a mina, a no se qué, sólo comparable al olor de una resma de papel, un cuaderno o un libro nuevo o viejo. A causa de este festín de olores fui feliz cuando trabajé en una librería. ¡Como comprendo a Grenouille!

Pero ¿saben? No soporto los olores fuertes. No soporto el olor a Channel, a Anais-Anais, ni ninguna otra fragancia similar; de broma soporto el sutil olor de algunas cremas para el cuerpo. Los olores fuertes me causan nauseas, me marean y pueden trastocar un instante que parecía perfecto (como la vez que siendo las seis y media de la mañana, camino al colegio, casi vomito encima de una vieja que llevaba un perfume chillón). Y consté que he buscado un olor con el cual identificarme, pero nada… no lo encuentro. Eso demuestra que siempre estaremos tras la búsqueda de algo, cuya escogencia está influenciada por recuerdos y gustos vinculados con el placer y el bienestar. Por lo tanto, aún continuaré tras la pista de un olor que se acerque a mis intereses, un olor que se parezca a mí. Probablemente lo encuentre cuando inventen una fragancia de lápices de colores con gotas de sándalo.

2 exclamaciones:

Francisco Pereira dijo...

Me reflejo en tu escrito 100%, tengo una memoria fatal para nombres, fechas de nacimientos…, sin embargo cierro los ojos y vuelo entre aromas y texturas del pasado. ¡Hmmm…! la caja nueva de Berol Priosmacolor full creyones, el olor de la cajita con la basura del sacapuntas, o de la goma de borrar NATA (aún existe), el aroma a canela y avena del desayuno antes de ir al colegio. El mastranto húmedo de los paseos al llano con amigos de la UCV, los perfumes sensuales que atraparon mi piel…

La Hetaira dijo...

la borra NATA? siiii... es un aroma riquísimo, parecido al pan recién sacado del hormo (no sé porqué esta analogía).. la canela es un aroma que me fascina, así como el del sándalo, el de un mango maduro(antes de comerlo lo tomo en mis manos y duro un rato con él oliéndolo)... no olvido el olor de la tierra húmeda, o del aire cuando con apenas elevas tu nariz sabes que va a llover...

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