Carta

Estimado Amigo (que cliché sonó eso)

Sé que llevo tiempo sin escribirte. Lamentablemente, las ocupaciones laborales…¿A quién quiero engañar? Tú más que nadie sabes que mi mayor ocupación es tratar de arreglar mi inarreglable vida y que el último oficio que tuve fue cuando intenté venderte un perfume de imitación. Todos los días me levanto haciendo nuevas propuestas al sol. Promesas que a mitad de la tarde he olvidado, que posiblemente mañana vuelvan a ser las mismas pero que al atardecer poco valen para quien ha pecado por imprudente y olvidadiza con su propia existencia.

Te cuento que llevo poco tiempo en Caracas. Al parecer salí corriendo porque una ola de costumbre me estaba ahogando en aquella ciudad. Nada fue planificado. Sólo metí en la maleta ropa para una semana pero ya llevo más de un mes. Por supuesto, has de imaginar que la muda se está gastando de tanto uso y lavada ¿será que debo quemarla para que con ella se vaya todo lo pasado?

Sé que está pensando que soy una cobarde, que simplemente lo que he hecho es huir. Y sí, tu mejor que nadie sabes que es así. A veces, parece increíble pero es cierto, más vale correr que caer moribundo y derrotado en el terreno de batalla, aunque este terreno sea el de tu propia mente.

Bueno... bueno... no es eso lo que me interesa contarte.

Son varias sorpresas que me he llevado en este último mes. Tú, que conoces mi repulsión a las masas, a todo aquello que promulgue el encuentro de más de cinco personas, y que huyo de las aglomeraciones como el gato al agua fría; pues te sorprenderías al saber que finalmente he podido transitar, cual Buda iluminado, por la transferencia del Metro, tanto del Silencio como la de Plaza Venezuela. Sí, como lo escuchas… bueno, como lo lees: yo y el tumultuoso torrente humano del Metro nos hemos hecho uno. Eso sí, no creas que ha sido empresa fácil. Todo lo contrario. He tenido que desarrollar cierto ritual energético purificador antes de cada nuevo “paseo”.

Todo comienza al momento de acomodar mi bolso en “modo paranoico” (léase: cruzarlo por encima de pecho para mantenerlo protegido siempre al frente), amarro mis zapatos, me ajusto el pantalón, inhalo y exhalo profundas bocanadas de aire para relajar los músculos; para, después, cuando todo está preparado, lanzarme en el primer tumulto visceral, descargado por los vagones. Sin prestar ninguna resistencia me dejo llevar por la marea, sólo debo esquivar uno que otro obstáculo, que, gracias a mi entrenamiento en juegos de video, puedo sortear sin ningún esfuerzo. Eso sí, mi ritual jamás estará completo sin mi fiel amigo el libro que jamás deja de acompañarme.

Caracas sigue siendo la ciudad convulsionada de siempre; mas hoy puedo decirte que es increíblemente hermosa. Ella es una malintencionada mujer que se levanta muy temprano, gozosa del pretendiente que llegó a su puerta, segura de que en cualquier momento, a pesar de que siempre está trabajando, podrá robarte su billetera, malas mañas que se aprenden en el oficio. Lo que me preocupa es que casi no duerme, sufre de insomnio y miedos perennes. Pero ¿sabes? Aún conserva su instinto materno que la hace ser, simplemente, una sobreviviente.

Y es que los sobrevivientes abundan en esta ciudad.

He conocido un señor que hace más de 20 años se para a la salida del metro de Ciudad Universitaria a vender “Raspa’os”. Él me ha dicho que ha visto de todo en ese lugar, del cual sólo logró moverlo una enfermedad imprevista o una que otra manifestación (dice que las de ahora ya no son como antes, que los estudiantes de hoy son más pacíficos y no se comparan a los que hacían guerra en otros años). Su amor por lo que hace es tal, que a pesar de que no tiene necesidad de seguir en esos menesteres, ya que sus hijos lo ayudan (todos profesionales gracias a su puestito) él sigue levantándose, religiosamente, todos los días para salir a trabajar. Con decirte que ya en su casa saben que el día que se muera lo único que quiere es que lleven sus restos a velar en ese lugar que tantos recuerdos le ha dado.

Son muchas las cosas que mis ojos han visto pero tendré que dejarlo para después, ya se me ha hecho tarde y una amiga me espera en su casa. Tú sabes… jamás podré llegar temprano a ningún lugar, pero tengo la excusa de decir que eso es un mal genético. Bueno, me voy mi amiga me espera para tomar el té... jejejeje... ¿te lo creíste? Sé que no, pero sonó bonito, no lo niegues.

Mañana te vuelvo a escribir, ya que son muchas cosas las que tengo que contarte.

Un beso… dos si te gustan…

Siempre Tuya…

YO

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