Otra vez en Caracas
Caracas es de las pocas ciudades que tienen la facultad de hacerme cambiar de opinión entre una esquina y otra. Cada cierto tiempo me permito reencontrarla, comprobando que en ella no tengo nada seguro, ni siquiera el asombro.
Sus calles, olorosas a orine o a basura en algunas partes, no dejan de presentarse como un hermoso riesgo a recorrer. Eso sí, les garantizo que está ciudad no está hecha para caminar, su caos es tal, que seguramente al final del día tu cuerpo, negro por el humo, te suplicará ser bañado. Caracas está hecha para sobrevivientes. El caraqueño se me ha mostrado huraño, odioso y, algunas veces, triste. Pero creo que a final su posición está justificada, la salvaguardia es lógicamente instintiva en una metrópolis que te ataca por diferentes flancos.
Las metrallas de esta ciudad se han convertidos en paranoias. Un par de días bastan para que cambies la postura de tu cuerpo en “modo de defensa”: cartera al frente protegida por la mano derecha, espalda tensa, y lo más importante, ojos que desconfían de todo cuanto se mueve. Sin mencionar que le temes a todo, pero ¿cómo no salir huyendo ante la marea humana que te ahoga en la transferencia de la estación del Silencio? Aquí todos nos convertimos en agorafobicos, expertos en el empuje y el arranque.
Quizá, se deba a que aún no la conozco. Lo curioso es que nací en ella pero jamás la he sentido mía. Hoy le temo a esta ciudad, pero contradictoriamente, como ocurre cuando nos prohíben algo, Caracas se me es atractiva por que tiene miles de historias que me gustaría conocer.
3 exclamaciones:
Bien por ti que has aprendido a quererla, a apreciarla, a vivirla...
Yo, en cambio, quiero dejarla, tal vez para nunca más volver. Me estoy ahogando en ella.
Acá nada es seguro... no sabemos cuánto tiempo habrá de durar. Mientras tanto, la disfruto, auqneu aún permanezca miedosa a lo que habrá de llegar.
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