Del gusto por el arte


Cuando divisamos un encuentro irremediable con el arte, nuestra primera impresión —subjetivada— pareciera hallar respuestas a cada una de las interrogantes que fueron planteadas antes y durante el descubrimiento. Esta firme impresión constituye un beneplácito para el espíritu; pareciera, que en apenas unos segundos toda la “verdadradica en nuestra interrelación con la obra; la misma, que habremos de hacer nuestra porque la impresión nos obliga apoderarnos de ella bajo la forma del gusto. Analíticamente el término transferencia acciona cada una de nuestras respuestas, que han de requerir la presencia de un referente (las acciones pueden activarse hacia la obra misma o el autor) que se constituye, en parte, como el verdadero detonante afectivo.

No hay ingenuidad en el espectador que emite una respuesta, sea cual fuere, frente a una obra artística.

Por lo tanto, el saber científico-analítico no escapa de la admiración y el gusto hacia el objeto. Ante esta situación no ha de ser condenatoria la actitud del autor que se presenta apoyado, primeramente, en la transferencia, como experiencia gozosa encontrada en la obra de tal o cual artista; mas, cuando se plantea la necesidad acuciosa de la investigación el gusto pasa a formar parte de los ya mencionados referentes, es decir, permanece vaporoso, casi etéreo sobre la solidez de los planteamientos. A modo de resumen: las sensaciones expuestas frente a un objeto artístico como producto de una interrelación mnemónica e instintiva y que pretende constituirse científicamente, deberá conducir correctamente todo ese potencial creador, dirigiéndolo hacia discusiones y resultados concretos.

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