Mi lora es un canibal...!


¡Mi lora es un caníbal! Sí, como escuchan: ¡Mí lora es un caníbal! La muy desgraciada, con menos de tres meses de estar en casa, atentó y acabó con la vida de unos tiernos periquitos. Desde hace tiempo había observando cierta conducta extraña en el verde animal. Con decirles que a mi ni siquiera me quiere. Cada vez que trato de acercarme ella me mira fijamente con ojos de bestia letal, seguidamente, hace gestos extraños y lanza tremendos picotazos directo a mis dedos, que en más de una vez ha acertado. Pero, en esta ocasión fue diferente, ayer hubo muertos, sangre y plumas.

Como a mi hermano no le gusta tenerla encerrada, porque según él este es un animalito para estar “libre”, decidió no comprarle jaula y mantenerla en varios sectores de la casa. Fue así como ella se apoderó de una silla cercana a la biblioteca, de la puerta de la cocina y de dos palos ubicados en el fondo de mi casa bajo las tres jaulas de unos periquitos cantores. Es tal el privilegio y la aceptación que este animalejo posee dentro de mi familia que hasta su caja de dormir está dentro del cuarto de mis hermanos, con palito, comida y confort ilimitado. Ya que según ellos, es “tierna y agradable”, además de ser “única” por que, por si fuera poco, esta lora se cree perro.

Sí, “perro”… la muy condenada se cree perro: aulla, gruñe y ladra como perro. Posiblemente esto se deba a la capacidad innata de estos animales para imitar algunos sonidos, especialmente la voz humana; pero en el caso de esta lora, creo que lo hace para manipular y así aumentar sus aceptación dentro de mi casa. Todos dicen que es linda, todos menos yo. Siempre me ha dado mala espina, ella me mira de reojo como si supiera que yo sé quién es, y ayer terminó por darme la razón.

Antes del fatal ataque, el comportamiento de la lora se limitaba a rondar las jaulas de los periquitos. Semejante a un cazador miraba deseosa a los indefensos animalitos, rondaba su espacio, subía y bajaba sobre las rejas y el techo de las tres jaulas, los observaba y de vez en cuando metía su pico para agarrar no sé qué. Los periquitos intranquilos saltaban de un lado al otro, se metían en sus casas y pocas veces salían a comer. Ellos sabían de sus intenciones, lo intuían, pero eso no fue suficiente para imaginar lo que vendría después.

A las primeras horas de la mañana todos desayunábamos cuando escuchamos los alaridos y el bullicio que producían los periquitos dentro de sus jaulas. Al llegar, nos encontramos con una escena nada común: la pequeña bestia verde atenazaba con su pico, metido entre los barrotes, la pata de uno de los pequeños. Mi hermano como pudo la apartó y sacó al malherido de su jaula. Un grueso y brillante hilo de sangre brotaba de su pata en cuyo extremo vimos con sorpresa que le faltaba uno de los dedos, la muy desalmada se lo había arrancado de un solo picotazo.

Pero lo grave aún no había ocurrido. Mientras curábamos al periquito escuchamos una nueva algarabía, pero esta vez mucho mayor. Como si todo fuera parte de un premeditado plan, la ahora, lora asesina había aprovechado la jaula abierta y atacado al otro pajarito que quedaba, lo sostenía con sus garras mientras su pico destrozaba su barriguita. Ella me miraba mientras ladeaba su cabeza limpiándose la sangre del pico con sus patas.

Quizá ella acabe con los pajaritos que aún quedan; pero, mientras tanto, la mantendré continuamente vigilada, desconfiando de todo lo que haga porque sé que las próximas víctimas serán mis dedos.

1 exclamaciones:

Francisco Pereira dijo...

Regálale la lora a CHUCKY

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