El Cuento de un Ratón Lector


Cierto ratón un día decidió buscar aventuras lejos de la vieja fábrica de muebles donde había crecido. Tan pequeño como era, se metía en las casas vecinas para evitar los carros y carrozas que amenazaban con aplastarlo en las enormes calles; en cambio, en ellas encontró, mujeres asustadas por su presencia y gatos hambrientos que querían cenarlo. Aún así, continuaba adelante en su viaje, conociendo nuevos y amigos, a parecer no tenía rumbo fijo, pero en el fondo sabía que encontraría un lugar donde pudiera quedarse por una larga temporada, hasta la siguiente aventura.

Pasaron los días, mientras dormía a gusto en un vaso de cartón, una gota de roció fue a parar en su nariz, sorprendido, chocó su cabeza contra un trozo de madera a lo que inmediatamente se formó un gran chichón. Mientras se sobaba y terminaba de despertarse, miró a lo lejos una gran luz de un ventanal. Ningún otro edificio reflejaba los rayos del sol de tal forma, y no sólo eso, la gran puerta de madera tallada que adornaba la entrada parecía llamarlo. Inmediatamente, salió corriendo sin pensar en las personas que podían aplastarlo, como pudo llegó a un huequito que había en la pared de aquel edificio por donde entró sin ser visto.

Al ingresar no pudo creer lo que observaban sus ojos, enormes estantes llenos de libros, los mismos donde su abuelo, años antes le había contado que existían mientras le enseñaba las letras humanas. Eran páginas y páginas de historias y cuentos sin conocer, paisajes y lugares exóticos donde jamás había estado, sueños y leyendas que quería hacer suyas sea como fuera.

Sin pensarlo dos veces apuró sus patitas y subió por una escalera próxima a la entrada. Subió y subió, hasta llegar al lugar más alto de aquel edificio, lugar donde se encontraban los libros que ya nadie leía y que, como el libro de filosofía que transformó en casita, se deshacían llenos de hongos y polillas. Lo bueno de aquel rincón, lleno de polvo y telaraña, era que desde allí podía acceder a cualquier lugar de la biblioteca. Subía y bajaba por las paredes y estantes sin ser visto para aprovechar cuanto libro era dejado entreabierto por los usuarios. Algunas veces, según fuera el peso y el tamaño del libro, podía empujarlos hasta un lugar seguro donde disfrutaba solito de agradables lecturas.

Pero con el tiempo las cosas cambiaron, y lo que un día fue un hobby se convirtió en una obsesión. No hacía nada más que leer, excepto cuando algún vecino lo interrumpía para preguntarle cómo estaba y qué hacía, a lo que él respondía, con una mirada de rabia, que “sólo leía... sólo leía”.

El tiempo pasó y el pequeño ratoncito en Don Ratón se convirtió. Por tantas lecturas sus ojos se desgastaron y lentes tuvo que usar, sus bigotes crecieron hasta confundirse con una barba grisácea. Casi no salía de su rincón, y llegó a cambiar su antigua casa debajo de la Biblia por un destartalado escritorio del depósito, donde nadie, ni siquiera doña Cucaracha ni don Zancudo, acudía a visitarlo por estar demasiado lejos. Todo lo que le importaba era su gran sabiduría, y los libros que aún no alcanzaba a leer, le fastidiaba la respiración de los humanos, el hablar de sus amigos; ni siquiera contestaba las preguntas que le hacia ña Mariposa sobre las flores, no tenía tiempo para eso aún le quedaban muchos libros por leer, además, aquella era una pregunta fácil de responder, casi absurda, y explicarla sería algo improductivo.

Pero un día, ni Cucaracha ni Zancudo vieron a ratón, pensándolo bien, llevaban varias semanas sin verlo, pero eso no importaba, al fin y al cabo nadie quería hablar con él, se había vuelto huraño y odioso; pero a pesar de todo, seguían siendo sus amigo y se preocupaban por él. Lo buscaron en todos lados, debajo de la mata de la sala de lectura, en el potecito donde echaban las virutas de los lápices y en el estante de los juegos; lo buscaron en la sección de Viajes, Psicología, Libros de Autoayuda y Geografía; también lo hicieron en sus secciones favoritas de historia universal y literatura latinoamericana, pero nada, ninguno pudo hallarlo.

Finalmente, y después de mucho buscar fue la señorita Chiripita quien lo encontró: el pobre estaba tieso y aplastado debajo de una gigantesca Biblia antigua, de nada le sirvieron los libros de medicina, ni los de primeros auxilio, el pobre ratón llevaba cinco días muerto debajo de aquel enorme ejemplar, hasta que lo sacó la señora de la limpieza cuando empezó a oler. Su cuerpecito destripado terminó en una bolsa de basura, casi nadie lo lloró y al poco tiempo lo olvidaron. Los libros continuaron en sus estantes, desgastándose o pasando de mano en mano entre los lectores humanos. Sólo un pequeño ratón a kilómetros de distancia recordó su nombre, era un ratoncito que sabía la historia de un tío lejano que había partido buscando aventura y jamás regresó.

2 exclamaciones:

Francisco Pereira dijo...

Le cayó el peso de la cultura...
Q.E.P.D.

carloszerpa dijo...

Hola
de paso por aquì
caminando entre tus textos

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